domingo, 5 de octubre de 2014

EDUCAR A NUESTRAS NIÑAS Y NIÑOS ES TAREA DE TODOS

Había  una vez, en un cercano país,  una joven y divertida ardilla que hacía las delicias de  las niñas  y niños de su aldea con sus juegos. Hasta que un día observó que las niñas y niños estaban cada vez más tristes, nada les hacía reír. Abatida por el aburrimiento,    se dirigió a consultar a la  lechuza. Ésta,  que había acumulado su sabiduría,  a fuerza de observar a través de las sombras de la noche,  pudo ver a través de la desdicha de la ardilla que un terrible problema se cernía sobre la aldea. Se posó sobre la  rama más alta del árbol más  anciano y venciendo su sueño diurno observó lo que sucedía en la aldea.
Tienes razón ardilla, los niños y niñas  de ésta aldea están tristes, nada parece interesarles y sus mayores no parecen ser consciente de lo grave que es que las niñas y niños estén siempre tristes
-¿Y qué podemos hacer nosotras?. Preguntó la ardilla
-Hay que convocar a toda la aldea y decirles lo que sucede.
Al principio todos pusieron excusas para acudir: el panadero no podía porque tenía que amasar la harina, el herrero tenía que mantener vivo el fuego, las mujeres cuidar de sus huertas, los hombres  llevar el ganado a pastar, el maestro  escribir ejercicios en su negra pizarra…
Pero la lechuza, que era muy respetada en su aldea, porque  sabían que solo ella era capaz de  ver en la noche más oscura. Fue contundente:
Si  queréis salvad a vuestras niñas y niños tenéis que acudir todos sin demora a la plaza
Una vez todos reunidos,  la lechuza con su voz grave y profunda dijo:
Vuestras niñas y  niños están siempre tristes, porque  estáis todo el día tan ocupados en vuestros quehaceres,  que nadie les mira y sin el espejo de vuestras miradas, no saben quiénes son y se mueren de tristeza.
Un profundo y estremecedor silencio invadió la plaza. Nadie quería sentirse responsable de lo que ocurría a las niñas y niños que tanto querían. Poco a poco, fueron bajando las miradas y asintiendo la evidencia.
Y fueron las palabras sinceras de la lechuza,  las que trajeron la paz a la aldea. Porque a partir de ese día todos y cada uno de sus habitantes miró a los niños. El panadero no solo hacía pan, sino ricos pasteles de formas divertidas para las niñas y niños de la aldea, el herrero, no solo forjaba herramientas y útiles para el trabajo, sino que ideó divertidos juegos, las mujeres les enseñaron  lo hermoso de ver crecer los frutos de la tierra, los hombres, les llevaron por  paisajes inéditos donde llevaba a  sus ovejas a pastar y  el maestro  sustituyo su negra pizarra por los colores de la vida.
Y así fue,  como las niñas y niños se sintieron reconocidos y volvieron a sonreír, porque como ya sabéis: Para educara un niño y a  una niña,  hace falta toda una aldea.


Autora: Àngels Garcia Ventura

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