En muchas
ocasiones a profesores y padres, el
desconocimiento del mundo interior de los jóvenes, nos lleva a reacciones que tienen que ver más con nuestra falta
de recursos y miedos que a lo que realmente está sucediendo o necesita el adolescente,
sumiéndonos en la frustración y el dolor
o en el caso de algunos padres a la
“dimisión” de sus responsabilidades como tales.
Siempre hemos
considerados los sentimientos como algo íntimo, tanto que ni a veces nos hemos
permitido reconocerlos y por tanto vivirlos, ¿podemos entonces desde una
institución pública como la enseñanza reconocerlos como actores en nuestro trabajo?
Reconozcámoslo
o no, las emociones son en esto momentos protagonistas en los
centros educativos. Cada vez que veo entrar un compañero en la sala de
profesores “resoplando”, le escucho chillar a un alumno o aparentemente, desatendiendo las emociones
que la confrontación con sus alumnos le producen, se hunde en un sillón , veo la necesidad de
saber manejarnos y comprender lo que nos está sucediendo, sumiendo a veces en
la frustración, el desánimo o el cinismo como coraza.
Pero además
de las que nosotros mismos vivimos,
aquellos con los que estamos en contacto, es decir la propia adolescencia, es por si
misma, un tumultuoso camino de emociones que van desde el vacío interior, la tristeza, la vergüenza,
la rabia y la necesidad de comprensión, el amparo y la aceptación, la necesidad
de sentirse…...Todas ellas son legítimas y necesarias para que haya crecimiento
y en todas tenemos
que saber manejarnos como seres maduros. Respetarlas y no enajenarlas,
es tarea importante de aquellos que bien como padres, enseñantes o terapeutas
les acompañamos en este, a veces
difícil, pero emocionante camino.
Es necesario
sanar la diferencia entre racional y emocional, en las escuelas, instituciones
y sobretodo en el hogar, facilitando la integración entre cabeza y corazón, lo
cual supondrá un cambio de paradigma. Nos tratamos de la forma en que hemos
sido tratados, tratamos a las otras personas de la manera en que nos tratamos a
nosotros mismos.
Pero conviene
saber, sobretodo cuando hablamos de la necesidad de que el adolescente exprese
y reconozca sus emociones que la violencia
y la agresividad no son emociones,
sino comportamientos y que no son lo mismo que el enfado, aunque en algunas ocasiones los sentimientos no
correspondidos, la indefensión y la vergüenza son, la base de una ira que puede
conducir a la violencia. La violencia, estaría relacionada con el miedo y la
rabia; es un escape del miedo, una huida hacia delante.
Una de las
mayores gratificaciones que tiene la violencia y la destrucción es la
sensación de poder que vive el violento
mientras humilla, hace daño o degrada a otro ser humano. A veces el adolescente
distorsiona la realidad asumiendo el papel de víctima de la sociedad.
Deshumaniza el “objeto” víctima de su violencia y considera que actúa dirigido
por su conciencia de una forma justa y necesaria. Surge el sentimiento de estar obligado a hacerlo. La violencia
suele ir unida también a una baja autoestima, intentando con ella, demostrar su
poder como mecanismo de compensación.
De cuando en
cuando, a raíz de algún suceso o
estudio, podemos leer titulares
relacionados con la violencia en las aulas, se habla de su aumento y se tratan
de forma muy generalizada. Pero lo cierto es que si bien ha habido un cambio o transgresión de valores no todos
los actos de rebeldía de un adolescente pueden ser considerados como actos
violentos.
También es
importante distinguir lo que es un carácter o comportamiento violento y lo que
puede ser un hecho puntual de ira por circunstancia determinadas, lo cual no
elude la responsabilidad y atención que tenemos que tener respecto a cualquier
“mal trato” en los Centros de Enseñanza.
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