A lo largo de la vida, la gente con la que nos relacionamos, va depositando en nosotros una seria de expectativas, explícitas o no, que hace que nos lleve a vivir, más de acuerdo con lo que se espera de nosotros que con lo que realmente nos haría felices.
Un hilo sutil de lealtades se teje en esta relación, donde el miedo a que nos dejen de valorar y querer, nos une a personas que más que nuestra felicidad, esperan de nosotros que confirmemos su forma de entender el mundo y la vida.
Con la edad una descubre que es una trampa, hermosamente envuelta si, pero trampa al fin, que nos aleja de nosotras mismas y de nuestras necesidades.
Y también descubre, que cuando tomas la decisión de comprometerte contigo y no con lo que otros esperan de ti, hay personas que lo vive como una traición y se alejan de tu vida. En cambio otras, las imprescindible, se alegran de verte feliz y sienten un alivio al comprobar, que en esa relación, se puede ser uno mismo sin que nadie se sienta ofendido o traicionado.
Porque el compromiso con las personas, con quererlas tal y como son, no nos aleja, sino que nos une y nos enriquece a todos.
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