Tenerlo todo controlado, nos
produce la ilusión de que podemos evitar imprevistos y la consecuente incertidumbre de si seremos o
no capaces de resolverlos.
Este control que ejercemos sobre nuestra
vida cotidiana, nos produce una tensión y un estar
alerta más propios de una época en la
que éramos depredadores y nuestra vida
estaba expuesta a constantes peligros que a la sociedad actual.
Al igual que las adicciones, cuando
más control queremos ejercer, más tensión y miedo acumulamos y por tanto más
control necesitamos, para evitar la angustia de sentirnos vulnerables, entrando
en un espiral sin salida.
Una cierta planificación y
organización, puede evitarnos inconvenientes, pero cuando el control se convierte en una actitud ante la vida, la
razón nos limita la capacidad creadora y
de adaptabilidad ante situaciones nuevas.
Vivir los imprevistos como una oportunidad de aprender y
desarrollar nuevas habilidades, o de poner a nuestro servicio la experiencia
acumulada a lo largo de los años de nuestra vida, nos proporciona seguridad en nosotros
mismos y en la vida, que precisamente
por eso, por estar viva, se mueve y se trasforma a cada instante. Y es en sí misma imprevisible
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